Suicidio masculino: la tragedia invisible que triplica las muertes femeninas
Según expertos, esta tendencia se debe, en parte, a las expectativas sobre la masculinidad: ser fuertes, resolutivos y sustentar a la familia
El suicidio mata a más hombres que el cáncer de próstata o los accidentes de tráfico. En 2023, 3.044 varones se quitaron la vida en España, el 73,9% del total de suicidios. Es una brecha que no deja de ampliarse desde los años 80. Y, sin embargo, sigue sin ocupar un lugar destacado en las políticas públicas, ni en los debates mediáticos, ni en los programas de igualdad. Lo masculino, cuando se trata de dolor, se convierte en un tabú dentro del tabú. Y mientras miramos hacia otro lado, miles de hombres mueren en silencio.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el suicidio como un problema de salud pública influido por factores biológicos, sociales, psicológicos, culturales y ambientales. Pero cuando los datos reflejan una diferencia tan brutal entre hombres y mujeres, no basta con mirar al cerebro o al historial clínico. Hay que mirar también al modelo de masculinidad que hemos construido y exigido. Un modelo que, en muchos casos, sigue penalizando la vulnerabilidad, el llanto, la ayuda. Un modelo que enseña a miles de niños que no deben sentir, sino aguantar.
En una sociedad que ha avanzado en la visibilización del sufrimiento femenino —con razón y aún con mucho por hacer—, el dolor masculino sigue envuelto en silencio. Y no porque ellos no sufran. Sufren, pero lo hacen como les han enseñado: sin hablar, sin mostrar, sin pedir. Lo dijo el neuropsicólogo Iker Peregrina al diario El País: “Los hombres sí sienten, pero han sido socializados para resolver el dolor de otra manera: con silencio, trabajo, humor, alcohol”. O, en el peor de los casos, con la muerte.
La masculinidad, en su versión hegemónica, es un mandato peligroso. Ser resolutivo, proveedor, fuerte, invulnerable. ¿Y si no puedes? ¿Y si te echan del trabajo, te separas, te diagnostican una depresión? Entonces aparece la culpa, la vergüenza, el fracaso. No como emociones pasajeras, sino como identidades rotas. ¿Cómo pedir ayuda sin sentir que se pierde la hombría? ¿Cómo decir “me duele” si eso equivale a “soy débil”? Muchos no lo hacen. Y lo pagan con su vida.
Una violencia estructural
Esto no es una defensa de los hombres como víctimas por encima de las mujeres. Es una denuncia de una violencia estructural que no se quiere ver: la que convierte a los varones en prisioneros de un ideal inalcanzable. Y no afecta solo a adultos. En el hospital de día de la Fundación Argia en Bizkaia, hombres como Txema Olaetxea —62 años, varios intentos de suicidio, un diagnóstico desde la adolescencia— cuenta al diario ya mencionado que solo al encontrar un espacio seguro para abrazar y ser abrazados han empezado a sanar. Que solo cuando dejaron de fingir que eran fuertes, comenzaron a serlo de verdad.
La falta de políticas públicas centradas en la salud mental masculina es un fracaso colectivo. Lo dice Cristina Blanco, directora del curso de posgrado en Suicidología de la UPV/EHU a El País: “Si queremos reducir el número de suicidios en España tenemos que abordar el suicidio masculino”. ¿Y qué hacemos? Necesitamos urgentemente estudios cualitativos que escuchen a los hombres, políticas de igualdad que no los excluyan, programas de salud que cuestionen los mandatos de género. Y, sobre todo, una cultura que no confunda masculinidad con silencio.
Como sociedad, estamos obligados a hacer algo. Porque detrás de cada estadística hay un padre, un hijo, un amigo que no supo cómo pedir ayuda. Porque mientras no entendamos que el suicidio masculino no es solo un problema individual, sino también estructural, seguiremos acumulando muertos. Y eso no es igualdad. Eso es abandono.